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2 de diciembre de 2017

Flotando en la bahía


Cantaba en el Orfeón,
transportada,
Y elevando en el aire,
lo más querido.

Una noche,
tras el concierto,
bailó con ella,
El Gran Director,
El hombre que murió,
“haciendo el amor” 
¡Ella nunca, nunca!

Después, su miniatura,
en el cándido comercio,
cerca del Buen Pastor,
rodeada de amor fraterno.


Discretamente,
Entrando y saliendo,
de su habitación,
casi sin rastro,
fue llegando el crepúsculo.
Por cierto,
¿Su armarito,
tenía espejo?

Por entonces,
Se remaba,
cada vez más fuerte,
pero a ella,
le faltaba,
un brazo de apoyo,
para pasear por la Concha.

Lo pedía dócilmente,
entre el Euskera de Aránzazu, (1)
Y el Batua,
con afectos castellanos,
luego…nada.

En ciertas noches,
abierto sobre la Bahía,
siento flotar,
su armario,
con el vestido de baile,
lleno de luz.
¡Le gustaba tanto
el rojo!

Su recuerdo,
¡En todo lo alto!
¿Víspera de algo?
¿Otro mar?
¿Y luego?
Silencio de Orfeón.

(1)    El euskera de Aránzazu era el guipuzcoano, antes del Batua, el vasco unificado, que ella entendía con dificultad.
Una miniatura inescrutable
 

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